El Verbo Alcurar

Bogotá, 29 de agosto de 2025

Alcura

Recuerdo la primera vez que escuchaste esa palabra.
Frunciste el ceño,
como quien prueba un sabor nuevo con cautela,
pero, al dejarlo quedarse un instante,
descubre que sabe a casa.

Te expliqué que alcurar no es sanar,
porque no hay herida.

Viene de curar el alma.

Es sentarse en el borde de un alma

y mirarla hasta que florezca.
Es aprender el idioma de sus pausas,

ofrecerle abrigo sin preguntar si tiene frío.

Te dije:
“¿Me dejas alcurarte?”

No porque creyera que te faltaba algo,

sino porque, al estar contigo, lo único que quería era cuidar tu alma: escuchar lo que ningún otro sentido podría,

proteger lo invisible y acariciar con presencia

los lugares donde nadie más llegaría.

Ese día supe que me había convertido en la guardiana de uno de los tesoros más sagrados que Dios confió a la tierra…

y que cuidarte el alma sería mi forma de amarte y recordarte que tu alma es el lugar donde siempre querré quedarme.

Porque tu cuerpo un día faltará,

pero tu alma llevará estampado eternamente el amor que yo le di. 

 

Escribí ese fragmento después de que una frase de un libro de marketing se quedara dando vueltas en mi cabeza. 

Y admito que fue raro porque un escrito así de cursi y un libro de marketing no tienen absolutamente nada que ver, pero hubo una palabra que fue culpable de la inspiración. 

La frase decía algo más o menos así:

Más allá del conocimiento que tengas, de las estrategias o de cualquier contenido de valor que compartas, lo más poderoso que puedes ofrecerle a un cliente es el cuidado (en inglés care).

En español no tenemos una palabra idéntica pero tiene que ver con:
cuidar, velar, interesarse de verdad por alguien o por algo.

Esa idea me atravesó.
Me hizo preguntarme cuánto estaba cuidando de verdad tanto en el trabajo como en mi vida personal.


No solo en lo evidente, sino en lo sutil.
En lo que no se ve, que no se dice, que vive en lo más hondo del alma.

Me di cuenta de que muchas veces creía cuidar, pero solo estaba “curando” lo que era visible.

Por ejemplo, escuchando a alguien hablar sin estar del todo presente, haciendo preguntas vacías sin un interés profundo y genuino, siendo cortez pero sin una motivación real. 
 

Pero alcurar es diferente.
 

Es mirar al otro como una obra perfecta de Dios y entender que, si nos ha sido dado cruzarnos con algo tan valioso, deberíamos tratarlo como el tesoro que es.

Que lindo sería vivir en un mundo donde todos nos alcuráramos mutuamente. Donde nos cuidáramos con ese nivel de detalle y ternura y pudiéramos aprender a alcurarnos a nosotros mismos.

Porque todo lo que dejamos entrar en nuestra vida; lo que vemos, escuchamos, leemos, sentimos, con quienes compartimos; está tocando nuestra alma.

Y vale la pena preguntarnos más seguido: 

¿eso que permito que me toque, me cura o me descuida?

Gabi

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